Relatos de Daniel Sanz para Ficción sonora
En el proceso de trabajo de Museo fácil: ficción sonora, algunos de los participantes, como Daniel Sanz, crean sus propios relatos sobre las obras que se han seleccionado para el proyecto.
Esos relatos sirvieron de base para empezar a pensar como crear las escenas que dieran vida y voz a los cuadros. Esos relatos iniciales nos parece tan interesantes que nos gustaría compartirlos con vosotros.
En el primero de ellos Daniel se inspira en la obra Rue Saint-Honoré por la tarde. Efecto de lluvia, de Pissarro, y lo ha titulado Melancolía en la Rue Saint Honoré.
Veo a gente pasar, a gente comprar, a niños jugar. Todo eso me debiera llena de gozo, pero no es así. Camille se ha ido. Se ha ido después de que en el café de la esquina de enfrente nos jurásemos hace tan sólo 24 horas amor eterno.
Si, ya lo sé. Siempre me estoy haciendo ilusiones, fantaseando con mil planes, pero así soy yo. Ya no disfruto del bullicio de la calle, de los gritos de los tenderos o del agua manando mansamente de esa fuente que se ve desde mi ventana.
Cuando ella estaba a mi lado, el ruido de las ruedas de los carros al traquetear en el adoquinado de la calle me resultaba evocador e imaginaba grandes aventuras y amores imposibles ( que se zanjaban con un electrizante duelo a espada o en una fuga en mitad de la noche).
Pero hoy sólo escucho (aunque me gustaría oírlo solamente para no seguir sufriendo) un ruido informe de procedencias abstractas que sólo hacen que torturarme la cabeza.
Maurice, mi alocado amigo de la taberna, me sugiere que me deje llevar. Que rompa los botones de mis zapatos y sienta el frescor del agua de la fuente en mis pies, que sustraiga un sabroso croissant de la panadería del avaro Moussieur Flagonett, o que en el Café irrumpa en una tertulia de pintores llamándoles a voz en grito “Pedantes productores de manchas sin sentido”.
Pero no, mi alma está tan negra cómo los tejados de las casas; deshaciéndose al igual que el agua que fluye por los adoquines en una noche de lluvia.
No sé si volverá a recobrar en mi retina el color la calle, el sonido las risas de los niños, el color de la floristería de Rosalie o la reluciente porra de algún guardia que patrulla la calle.
Pero hasta que ese día llegue, todo será negro.
En el segundo Daniel crea un relato para El espejo psiqué, de Berthe Morisot, y lo ha titulado La Ilusión ante el Espejo.
¡¡¡¡ Por Fin!!!! Un baile acontece en esta casa. Un baile!!!! Tras un curso aburrido y repetitivo, las mismas avinagradas caras y las mismas pullas de siempre.Pero mañana todo será distinto. Mañana habrá un baile en esta casa y todo serán risas y diversión.
Ahora ante este espejo desaparecen todas esas preocupaciones, todas esas interminables y tediosas lecciones de piano y todas las discusiones políticas sin fin que sólo prolongan una absurda situación de crispación política.
Suzette suspira por ser cubierta por ese vestido y poder disfrutar de la compañía de sus amigos y famila y de la admiración de todo el mundo que la desagrada .
Del avinagrado y siempre malhumorado profesor de matemáticas Pomme , para el cual un problema nunca está hecho a la perfección, de la Señorita Cordelier, profesora de dibujo, que sólo se preocupa de trasladar sus frustraciones personales a sus alumnas y del padre Clemenzot, para el cual nadie se sabía nunca el catecismo al dedillo.
Mañana sólo bailará con este vestido. Alegre. Alegre porque papá superó la escarlatina y se encuentra totalmente restablecido, alegre porque mamá ha conseguido un nuevo trabajo por el cual la pagan por fin un salario digno y alegre porque mi hermana por fin ha conseguido atraer la atención de Robert Fleuré, un muchacho de buena familia y, sobre todo de buen corazón que la pretende en matrimonio desde hace largo tiempo, pese a la continua reprobación de su padre.
En los bailes Suzette jamás se preocupa por el ”que dirán”, “el que pensarán” o “con quien seré o no seré vista”
Si le apetece bailar vestida de apache ella lo hace, si la apetece bailar descalza nada se lo impedirá. Porque para ella un baile es una de las más bellas expresiones de alegría
Un tercer relato se inspira en: Bailarina verde, de Degás, y se llama Perfección vestida de azul.
El concurso empieza. Un silencio atronador se apodera del teatro y nosotras salimos a escena. Cómo se suele decir, el pescado está ya vendido. Los pasos y las coreografías un millón de veces ensayadas son las que son.
Puede resultar injusto que medio año de ensayos interminables, dolorosas caídas, gritos, enorme competitividad y también muchas risas sea juzgado en veinte minutos de actuación, pero cómo el abuelo Gustav siempre suele decir: “La Realidad es la que es”.
Por eso tratamos de poblar nuestra mente con los recuerdos más bonitos que somos capaces de evocar; obviamente, sin perder la concentración y sin dejar de escuchar cada nota emitida por el piano del siniestro pero divertido Lucas Lumiere, “afamado” concertista de piano de la Rue Copernic.
Recuerdos que van desde aquel lejano momento, en el cual mis amigas y yo al ver un mugriento anuncio puesto en la pared de un callejón decidimos emprender esta apasionante, dura, divertida y, en ocasiones, desesperante aventura que es el ballet.
Y ese primer día de ensayo en el cual miss Pettigrew, una afamada profesora de baile, o al menos eso dice de si misma, nos fulminó con la mirada por llegar tres minutos tarde. ( y nosotras simulando tener alergia, debido a que nos estábamos partiendo de risa por su estirado aspecto y repipi aspecto)
Dicha profesora y sus protegidas, las hermanas du Barry, siempre nos decían que nos fuéramos de la academia, que no éramos más que tres patos mareados sin gracia ninguna, que lo único que hacíamos era echar por tierra el buen nombre y el prestigio de la escuela.
Pero a nosotras nunca nos importó, ya que amamos la música mucho más y de manera más profunda el baile o cómo a mí me gusta llamarlo “La expresión de un sentimiento con ritmo”.
Toda la gente de nuestro barrio nos ha animado de manera enfervorecida, diciendo que las demás son unas pazguatas que no saben dar una voltereta sin marearse.
Pero nada de eso importa ya. Soy feliz mientras danzo con mis amigas, al efectuar miradas cómplices al efectuar los pasos, poniendo de manifiesto que a las tres nos asaltan los mismos recuerdos.
Y la victoria. La victoria no nos importa.
Al sentirnos felices y en armonía con nosotras mismas y entre nosotras ya somos ganadoras.
Porque un trofeo físico es algo más a lo que quitar el polvo, algo que si se gana muchas veces se convierte en un mamotreto sin sentido, pero
el grato recuerdo de un sentimiento o de una sensación te puede acompañar toda la vida.
Para terminar con un pequeño relato inspirado en Las cosquillas, de Pietro Longhi, u titulado El tremendo placer de no hacer nada.
Sábado 25 de agosto tres de la tarde. Después de una ajetreada mañana en la Cámara de Comercio, escuchando gritos sobre precios, leyendo catastróficas noticias bursátiles y escuchando a enloquecidos abogados amenazar con uno o mil pleitos a la autoridad de turno, llego a casa.
Los zapatos salen de mis pies disparados, cómo si fueran balas de cañón disparadas por el ejército de Napoleón III. Me enfundo en unos confortables bombachos y en una bata amarilla y me dispongo a no hacer nada el resto de la tarde.
Mi madre se queda mirándome. Dice siempre que soy muy guapo y no se cansa de repetirlo hasta la extenuación.
Y mis hermanas, mis queridas hermanas Alice y Veronicque intentan por enésima vez hacerme rabiar con las cosquillas vespertinas, cómo las denomino yo.
Ellas se pasan las ociosas tardes de verano, tratando de perturbar mi descanso con cosquillas, desde el centro de mi cabeza a mis manos, pasando por mis axilas y, cuando ven que con sus manos no consiguen el efecto deseado, recurren a plumas obtenidas después de “destripar un plumero”, e incluso se descalzan y pasan una maloliente media por mi nariz.
Yo las dejo que sigan hasta el infinito, tranquilo porque mi punto débil, en cuanto a cosquillas se refiere , se encuentra bien protegido por unas gruesas medias blancas y unas cómodas pantuflas, y cómo hermano mayor de la familia que soy, y depositario de los secretos del clan, sé que ni a mí ni a nadie de la familia le han olido jamás los pies.