El mapa de los días
El mapa de los días ha sido el nombre de nuestro segundo espacio de encuentro, dialogo, reflexión y formación para profesionales de ámbitos comunitarios y socio-sanitarios. ¡Os contamos la experiencia!
El mapa de los días ha sido el nombre de nuestro segundo espacio de encuentro, dialogo, reflexión y formación para profesionales de ámbitos comunitarios y socio-sanitarios que, coordinado por educadores del Área de Educación, ha contado como experta con Graciela Baquero Ruibal: poeta, actriz, cantante, filósofa y formadora especializada en creatividad.
En este encuentro hemos abordado las posibilidades poéticas de los objetos y del cotidiano en el espacio Museo a través de las obras de la colección. Un cambio de mirada sobre la realidad que nos rodea que nos permite ponerla valor y percibir la belleza y el potencial de aquello que normalmente habita los márgenes y pasa desapercibido.
Un proceso que nos ha permitido ser conscientes de la belleza que nos rodea y de la propia belleza de la que somos portadores. Una belleza que tiene que ver con la certeza y con la mirada consciente.
Comenzamos la mañana del sábado trabajando en el taller con dinámicas que transforman el acto de presentarse en un hacernos presentes; en un modo de estar, de abrirnos y predisponernos a cuanto suceda.
Propuestas como el retrato de bolsillos; somos el único animal que porta objetos, objetos que son parte de nosotros y crean un relato sobre nuestra identidad del mismo modo que lo hace la biografía de nuestras cicatrices; esas huellas que portan el registro de nuestra fragilidad, fragilidad que es el lugar donde habita nuestra fortaleza; la escritura en nuestra piel que nos convierte en más humanos.
De todas esas propuestas pusimos en acto la de compartir la biografía de nuestro nombre, el porqué portamos esa etiqueta que va con nosotros y nos identifica.
Así, se pusieron en la mesa historias de hermanos, de familiares difuntos, de ancestros, de padres y abuelas que decidieron por nosotros la coreografía fonética que nos identifica.
Desde ese punto, en que ya estábamos presentes, Graciela nos propuso reflexionar sobre el "no sé" como espacio generador; en la forma en que, como seres que nos narramos y nos pensamos, todo acto creativo parte de esa amalgama entre incertidumbre y memoria; sobre cómo toda poética nace de la atención a cuánto nos rodea; de redescubrir, como decía Proust, los territorios conocidos con una nueva mirada. Redescubrir y redescubrirnos.
Nos planteó como toda atención se convierte en un acto de amor y todo acto de amor en una poética. Una poética que reviste de sagrado lo cotidiano y que nos revela la importancia de la escucha: el que escucha está atento, el que contempla se descubre y se trasciende.Un trascender que tiene que ver con ser capaz de descontextualizar y mirar; como decíamos antes en un nuevo encuadre.
En ese punto revisamos la genealogía de las vanguardias: El movimiento Dada, la creación automática de los surrealistas y los devenires de Oulipó. Movimientos que trajeron la socialización del arte y el replanteamiento de lo que es arte y lo que no.
Tras ese diálogo, que nos situaba en un marco vivencial y teórico, pasamos a realizar una de sus propuestas. Lo que llama: poemas de tijera. Un ejercicio que nos permitía, de manera sencilla y con un resultado fascinante, descubrir la belleza que se encierra en la prensa escrita y cómo a partir de un mundo de extrañas noticias pueden surgir millardos de poemas si descontextualizamos la mirada en el juego del azar y la belleza.
También, y de manera simultánea, creamos un collage colectivo haciendo dialogar nuestras selecciones individuales de imágenes extraídas de la prensa gráfica.
Por último escribimos nuestro miedos que reunidos se repartieron al azar para la tarea inicial del día siguiente: construir un amuleto para el miedo ajeno.
La tarde comenzó con una introducción a los lenguajes de artistas como Boltansky, Bourgeoise, Brossa, Madoz...Encuentros que nos preparaban, de la mano de los educadores del Museo, para subir a las salas de la colección a conocer las obras de artistas como Homer o Hopper con su mirada sobre la soledad, en las que los objetos se convierten en narradores de geografías vitales; las obras de Harnett y Peto que nos hablan de la memoria a través de los objetos para llegar al objeto encontrado a través de las propuestas de Schwitters y los poemas visuales de las cajas de Cornell.
Siete horas del sábado que supusieron una inmersión en nuevas maneras de hacer y mirar, que nos preparaban para la, de nuevo intensa, jornada del domingo.
El domingo comenzó con la puesta en común de los amuletos para los miedos ajenos, un espacio de regalo y de cuidado del otro que nos abría al espacio de creación colectiva de la propuesta de mi presencia ausente; una instalación con zapatos de los participantes en las salas del Museo que se quedó expuesta hasta la hora de cierre del taller.
Nuestro hambre de hacer se vió colmada con la posibilidad de confeccionar nuestra propia caja de memoria; una caja llena de objetos recolectados a lo largo del fin de semana; una caja por participante a medio camino entre la obra de Harnett y la de Cornell; un espacio de relato personal que se convertía en una suerte de instalación colectiva .
Por último salimos a recitar, de manera conjunta poemas dedicados al tránsito junto a nuestros zapatos; zapatos que Graciela había rodeado de una lana roja, lana que unificaba el espacio de la instalación y que nos convertía en un artefacto de presencia y ausencia a través de una parte por el todo.
Para ir cerrando fuimos desmontando la pieza par por par de zapatos y Graciela terminó recogiendo el hilo rojo que nos unía en una madeja de la que había salido el mismo hilo que formó un cordón con nuestros miedos.
Lo apretado del tiempo nos dejó con ganas de poder poner en común, de compartir el espacio de nuestras experiencias y nuestras vivencias en este breve pero intenso mapa de los días.