El museo como barrio
En el encuentro Barrio, barrio, barrio, nos lanzamos a explorar el museo conectándolo con la ciudad, para pensarlo y experimentarlo desde el cruce de espacios, entre el adentro y el afuera, entendiendo el museo como plaza y las obras como puerta de entrada a distintas dimensiones de la experiencia urbana.
El arranque del colectivo La Liminal supuso literalmente ponerse a caminar, ya que fue el deseo de tomar las calles, paseándolas y pensándolas con otras personas, lo que nos impulsó a poner en marcha este proyecto. Desde entonces, la ciudad ha sido nuestro escenario, pero el germen de esta idea había surgido en las conversaciones e inquietudes que compartimos en otro espacio, también público, pero más acotado y con otras connotaciones, el del museo. Saliendo a las calles buscábamos trasladar formas de hacer que habíamos activado en las salas y desde las obras de arte, y así, la ciudad, las historias y memorias que la conforman se convirtieron en nuestro lugar de acción, los entornos cotidianos en nuestro campo de pensamiento.
Por este origen del proyecto, fue especialmente ilusionante que, con la invitación a dar forma y acompañar el encuentro de Musaraña, pudiéramos volver a entrar al museo, en un camino de vuelta que buscaba desdibujar las fronteras entre el adentro y el afuera, pensar y activar el espacio para explorar su potencial como terreno de aprendizaje colectivo. El título del encuentro, Al salir de clase:Barrio, barrio, barrio, añadía además un posicionamiento a esta propuesta; se trataba de trabajar con el espacio incorporando esas experiencias de lo cotidiano que consiguen transformarlo para que deje de ser anónimo y se convierta en un espacio propio. ¿Qué nos lleva a apropiarnos de esta manera de un lugar? ¿Qué es lo que hace que adquiera esa cualidad cercana que nos lo hace nuestro, que nos lo hace barrio? En las nociones compartidas al hilo de esta pregunta, con la que iniciamos la jornada, sobrevuela la idea del entorno que reconocemos y nos reconoce, ese que se vive como una especie de hogar y familia expandidos.
Estas reflexiones nos acompañan al lanzarnos a recorrer el museo, yendo al encuentro de cuadros que nos despiertan miradas y debates sobre la ciudad. Con Edward Hopper miramos por la ventana, haciéndonos conscientes de que las fronteras pueden ser porosas y convertirse en puntos de encuentro más que de separación. Con la Metrópolis, de George Grosz, el paisaje urbano se nos desvela como una piel tatuada, un mapa de huellas que dan testimonio de todos los cuerpos e historias que lo han habitado. A través de Canaletto nos asomamos a una Venecia que ya se anuncia como ese lugar fantástico de la postal turística. Y el inmenso Van Kessel III del hall de entrada nos aterriza en el contexto en el que nos ubicamos, ofreciéndonos una vista de San Jerónimo y el Paseo del Prado que nos lleva de viaje en el tiempo, para observar unas calles cargadas de gentes y vivencias.
En este encuentro el desplazamiento es la clave, por lo que desde aquí comenzamos con los viajes de ida y vuelta y nos vamos a explorar el exterior, en derivas que, por grupos, fluyen por la ciudad, observándola desde las miradas que nos han ofrecido los cuadros visitados. Es por eso por lo que en nuestros descubrimientos resuenan los ecos de las ventanas, las huellas, el turismo y la historia.
Un nuevo desplazamiento: volvemos al museo, pero para caminarlo esta vez desde la misma lógica desorientada de la deriva, esa que busca perderse para encontrar, y entre la que encontramos… otras ventanas, otras huellas, otros relatos del turismo y de la historia. Toca ahora trabajar con este puzle de lugares y resonancias encontrados para componer un relato, o lo que es lo mismo, darle forma a un paseo que nos permita contar y leer esa historia en el espacio y a través de los pasos.
Como no podía ser de otra manera, en este baile de vaivenes que nos ha acompañado en el día, nuestro recorrido parte del exterior, pero continúa y se cierra en el museo, y decidimos arrancar en la Plaza de Neptuno, desde la misma ubicación que Van Kessel III, en el siglo XVII, tomó para pintar aquel cuadro con el que nos despedíamos del museo en nuestro primer viaje, un lugar donde nos tomamos una foto para dejar testimonio de nuestro paso. Desde ahí, el movimiento nos dirige a un tapiz de grafitis cuyos escritos nos llevan a compartir historias y lecturas propias, pasamos a detenernos en una plaza dura para pensar y dibujar esas otras que vivimos y habitamos y que ya forman parte de nuestra historia, y más adelante, un escaparate cobra vida mientras escuchamos voces que nos hablan de ventanas para escapar o soñar. Con estos relatos de aperturas y umbrales entramos al museo para seguir caminando.
Dentro, los cuadros nos llevan a plazas, a lugares que se convierten en postales imaginarias evocadas a través de la palabra, y llegamos a una puerta inesperada que conecta con el escaparate visitado en el exterior hace unos minutos, permitiéndonos asomarnos por una ventana que da a otra ventana y a otra, en un juego de espejos. El último punto de nuestro recorrido no nos lleva a pararnos sino a seguir en movimiento, invitándonos a explorar la tienda del museo a la búsqueda de pistas que nos hablen de la experiencia vivida. Nos lanzamos a la caza... una portada con Metrópolis de Grosz es ahora nuestra pared de grafitis, las historias compartidas, un pañuelo estampado con una veduta veneciana es la plaza del Congreso, son las plazas recordadas… los objetos encontrados se llenan de guiños cómplices.
Con todo lo recolectado volvemos al que fue nuestro punto de partida, el taller del Área de Educación del museo, donde nos espera una última sorpresa, una foto preparada por las compañeras de uno de los grupos en la que aquella fotografía que tomamos en la Plaza de Neptuno se ha incorporado a la escena del cuadro de Van Kessel III, integrándonos en la maraña de personajes que la componen.
Ha sido un día intenso y toca hacer recogida con un último movimiento, recuperar las preguntas que detonaron este encuentro, ¿cómo convertir los espacios en lugares de aprendizaje? En este recorrido, la ciudad y el museo han adquirido otra dimensión, porque se han cargado de nuestras historias, las calles nos han hablado desde los mensajes de las obras, el museo se nos ha hecho plaza, sus salas se han convertido en calles, y los espacios ya no se sienten separados, porque entre ellos se han tendido los hilos de nuestra experiencia al caminarlos.
¿Cómo activar los espacios incorporando en ellos la potencia de lo cercano, las experiencias y saberes que traemos y que nos interpelan? La foto final de este paseo, nuestra imagen en la obra de Van Kessel, nos apunta una clave importante, y es que después de este recorrido nosotras ya no miramos el cuadro desde el otro lado, porque con todo lo compartido le hemos dado un significado propio; ahora no estamos fuera, ahora formamos parte de él.
Gracias a todas las personas que participaron en este seminario por todo lo aprendido y en especial a Eva y Salva, del Área de Educación del Museo Thyssen-Bornemisza, porque con su trabajo y con proyectos como Musaraña hacen del museo un lugar cercano, que reconocemos y nos reconoce; otro tipo de casa, otra especie de barrio.