Del museo como escuela a la imaginación institucional
¿Cuántas voces caben en un museo? ¿Cuántas “puertas de entrada” debe tener un museo? ¿Qué puede aprender el museo con sus públicos? ¿Qué es lo que el museo puede aprender con aquellos que no son su público?
¿Cómo un museo puede ser histórico, sociológico, antropológico, etnográfico, de ciencias, de energía, de tecnología y/o de arte (antiguo, moderno o contemporáneo) y ser también comunitario y experimental? ¿Cómo pensar los museos desde lugares y estrategias no museológicas? ¿Qué es lo que el museo puede aprender con las experiencias y proyectos que no son de museos? ¿Cómo idearlo independientemente de su colección, sus obras, sus paredes, su espacio físico y sus materialidades? ¿Qué otros lugares el museo puede ser (para ser otro museo)? ¿Cómo puede ser la educación en un museo sin (programa de) educación?
Repensar el museo pasa por repensar tanto lo que entendemos como tal, cuanto aquello que aún no reconocemos como posibilidad. Repensar una institución es, por lo tanto, más que solamente una gestión, un proceso colectivo de imaginación –que involucra no sólo a quien y lo que está dentro de la institución, sino y principalmente lo que y a quien no habla en su nombre–.
A lo largo de la historia, sobre todo desde inicios del siglo XX hasta hoy, se ha construido la idea de que museos son escuelas y que, por lo tanto, deben presentarse y estructurarse como espacios de educación, formación, aprendizaje, etc. Si por un lado esta lógica, aún tan vigente en museos de todo el mundo –y el mundo es grande, ¡créanlo!–, forma una especie de aura democrática en torno al museo, por otro la misma esconde, o al menos no nos permite ver, una serie de problemáticas presentes cuando tomamos ciertas estructuras (de poder) como modelos para otras estructuras (de poder).
Si actualmente la afirmación de que el museo es una escuela puede parecer, en alguna medida, una tautología –tamaño empeño ideológico se ha hecho alrededor de esta idea–, al considerar verdadera esta afirmación estamos también validando la idea de que para que el museo sea un museo interesante, la escuela por la cual se interesa, también lo debería ser. ¡Y yo tengo serias dudas al respecto! Primero porque al valerse de la escuela y su retórica como sinónimo de educación, el museo no sólo excluye una serie de otras posibilidades (de imaginarse a sí mismo), como opta por un modelo (y un discurso) que puede fácilmente hacernos caer en procesos de colonización y/o salvación disfrazados de críticos y/o experimentales. Y segundo porque, si el museo quiere ser una escuela, la escuela (que es supuestamente su modelo) no quiere ser un museo, volviendo esta ecuación contradictoria.
Una de las principales problemáticas para entender al museo como escuela es que, aun cuando en sus discursos esto parezca diferente, en general, y en la práctica, ambos se convierten en estructuras de educación hacia afuera, no hacia adentro, o sea, en instituciones más comprometidas con enseñar (al público) que con aprender (del mismo). Cambiar este razonamiento puede ser un buen comienzo para repensar el museo.
En los tiempos actuales, de intenso despertar político y también de medidas políticas cada vez más austeras, se hace más que urgente que podamos ver nuestros museos, no como escuelas salvadoras y misionarias, sino como lugares que necesitan ser pensados colectivamente para que puedan construir lo que aún no existe –tanto en términos de educación como de institución–. Es preciso que estemos atentos a la necesidad impostergable de pensar los museos como espacios no sólo de aprendizaje sino, y sobre todo, como lugares para el ejercicio de la imaginación institucional. La educación cambia en la medida en que la noción que tenemos de institución (escuela, museo) también cambia. La institución (escuela, museo) cambia en la medida en que nuestro entendimiento de educación se transforma en la práctica. Siendo así, el museo solamente podrá ser una escuela cuando las nociones que tenemos de escuela y museo se relacionen para formar un lugar en común. Parece que éste sea un buen ejercicio.