¿El museo para quién?
En distintos países latinoamericanos se han implementado, recientemente, políticas y reformas educativas diseñadas con el propósito expreso de acelerar el desarrollo económico de estas naciones.
Éstas reformas, sin embargo, obedecen más a la agenda y a los intereses presupuestales del gobierno de turno que a la imperativa necesidad de diseñar políticas educativas persistentes y eficaces. Este escenario, por lo tanto, da cuenta del imaginario que se tiene en Latinoamérica sobre la educación y el papel que esta desempeña en la experiencia social. Ahora bien, como efecto de esta situación, la política museal diseñada y puesta en práctica en la región, no se aleja mucho de la política educativa general: en la mayoría de los casos se limita a cumplir con cuotas de gestión y participación, es decir, cifras de entrada y taquilla que, a la postre, se convierten en el objetivo fundamental de estas instituciones. En este sentido, resulta paradójico que en su discurso público las visiones y las misiones de los museos insistan en que su propósito expreso no es otro que el de difundir el patrimonio, que como instituciones son agentes de cambio social y que garantizan el acceso a lacultura, pues al mirar más de cerca sus políticas encontramos que:
1. Abren espacios monodireccionales de exposición y divulgación de los contenidos de las colecciones, partiendo siempre de sus propios intereses y sin tener en cuenta los de las audiencias o sus necesidades.
2. Favorecen la “inclusión” de “diversidad” de públicos, siempre que este ejercicio no amenace la estructura institucional, los discursos que esta ha diseñado con independencia de las audiencias o genere más gastos de lo permitido.
3. Diseñan dinámicas de gratuidad para “quienes lo necesitan”, sin considerar que dejar las puertas abiertas no es siempre una invitación a entrar.
Así, a semejanza de las políticas educativas agenciadas por el Estado, quienes escriben las políticas museales y definen su implementación, terminan por responder también, en la mayoría de los casos, a agendas extraeducativas, desconociendo el lugar social de los museos, sus potencialidades y el papel que en estos desempeña la educación. En consecuencia, un gran porcentaje de los espacios museales carecen de estudios de públicos, fundamentos pedagógicos sólidos o un Proyecto Educativo Museal, escenario al que debe sumarse la precaria partida presupuestal otorgada a las áreas de educación y el rol reductivo que la institución les ha asignado: fungir como meras transmisoras de las narrativas y discursos diseñados por los curadores, quienes en muchos casos ponen las estructuras del museo al servicio de su encumbramiento profesional -condicionado siempre por la visibilidad pública y académica de su trabajo- en detrimento de las necesidades educativas colectivas ¿Es este el fin último del museo? ¿Para quién se están pensando los museos hoy?