Espacio para creer y crear
El museo como aliado, ¿cómo diseñar planes de intervención psicosocial para lograr una verdadera integración comunitaria?
Nuestra identidad se moldea a través de los espacios que habitamos. Esta idea cobra todo su sentido cuando trabajamos en el sector de la intervención social (en mi caso en el ámbito de la atención a la salud mental), diseñando itinerarios que promuevan el tránsito por lugares que fortalecen una identidad sana.
El padecimiento mental conlleva el tener que lidiar con síntomas que interfieren el funcionamiento en la vida diaria y que provocan un profundo malestar y desconcierto. Pero también implica el cambio en las rutinas que nos sostenían antes que el problema se hiciera manifiesto. La situación se desborda y el entorno concentra sus esfuerzos en lograr una mejoría, una superación o una restitución. Una vez resuelto el episodio agudo (llamémosle crisis) todo parece que vuelve a la normalidad. Aplacado el síntoma, reducido en su agudeza, contenido en niveles manejables, el cuadro mejora y la solución química se instaura como remedio para evitar la recaída, la temida crisis. Esta apariencia de mejoría clínica, basada en la reducción o eliminación sintomática, no siempre lleva implícita una recuperación del sentido del yo y del propio proyecto vital. A veces, este avance hacia la estabilización se hace a costa de situar la enfermedad como centro de toda acción que se lleve a cabo. Las citas con el psiquiatra, el encuentro con enfermería, las recetas, la medicación…la permanencia en espacios donde lo que tienen en común las personas es un diagnóstico de enfermedad mental. Esta socialización en ambientes marcados por ese nexo común puede llevar a la persona a desarrollar un rol en enfermo (muchas veces promovido por los propios agentes de salud como condición para iniciar un tratamiento) que genera una sensación de invalidez y desesperanza que, en ocasiones, produce un efecto más devastador que la experiencia de vivir con los síntomas. Todo lo que rodea a la persona remite inevitablemente a su diagnóstico de enfermedad mental y eso, consecuentemente, tiene un impacto sobre su identidad. Ese sentido de sí mismo que, previo a la instauración del cuadro, puede que estuviera teñido de multitud de matices que serían reflejo de la complejidad inherente a todo ser humano.
Enfrentar la tarea de diseñar planes de intervención psicosocial para lograr una verdadera integración comunitaria requiere valorar cuáles son los escenarios que permitirán un saneamiento y fortalecimiento de ese sentido del yo. En nuestro caso, trabajando desde un recurso de rehabilitación psicosocial que atiende a personas con enfermedad mental (CRPS Latina). Este fue el punto de partida que nos inspiró a cocrear, junto con el Área de Educación y Acción Social del Museo Nacional Thyssen Bornemisza, el Proyecto de Capacitación y Empoderamiento a través del Arte hace ya 10 años. Nuestra responsabilidad compartida como promotores de salud estaba clara: posibilitar espacios de oportunidad que favoreciesen la adopción de roles diferentes a los que la persona atendida en el centro venía desplegando desde hacía mucho (a veces demasiado) tiempo. Y no pudimos encontrar mejores aliados en nuestra labor. Tras unas primeras visitas a la exposición permanente del Museo, apostamos por potenciar el interés por la experiencia como nexo de unión en los grupos. No había espacio allí para la enfermedad, aunque los beneficios en el bienestar personal no tardaron en hacerse manifiestos. Así, las visitas exploratorias iniciales se conformaron como herramientas motivacionales que fueron derivando en un trabajo competencial de mayor calado. El profesional del centro de rehabilitación psicosocial se constituyó como un puente que unía a la persona atendida con el educador del museo (Alberto), favoreciendo procesos de capacitación y asesoramiento orientados a la disolución del apoyo cuando el vínculo era sólido y estaba encuadrado en la experiencia en el Museo. Así, el proyecto fue creciendo hacia una promoción de la autonomía en la gestión de la actividad, promoviendo la emergencia de roles vinculados con aspectos saludables: de visitante habitual del Museo, de guía para los compañeros, de voluntario para otras entidades, de participante en el Día Internacional de los Museos… Imbuidos por la filosofía del trabajo en red, la experiencia colaborativa con el Área de Educación y Acción Social nos permitió conocer y trabajar con otros colectivos y entidades, ampliando así las posibilidades de trascender los márgenes del trabajo con la población atendida, haciendo casi invisible aquello que nos separa y fortaleciendo los nexos que nos acercan. Todos estábamos unidos a través de nuestra experiencia con el Museo y de nuestra apuesta por un modelo de atención a la diversidad centrado en la capacidad y la potencialidad de las personas, de todas las personas. Incluimos en el proyecto a familiares, profesionales sanitarios (psiquiatras, enfermeras, trabajadoras sociales), vecinos y personas en procesos de formación. Y constatamos que el contexto donde se producen los encuentros cotidianos puede condicionar el tipo de relación que se establece. Con las familias, brindando la oportunidad de trabajar conjuntamente en la preparación y exposición del cuadro, promoviendo una comunicación centrada en el interés común, no vinculado con la enfermedad y sus efectos en la convivencia y una oportunidad de visibilizar y valorar la competencia del otro (tenga o no diagnóstico). En el caso de los profesionales sanitarios, la visita al Museo permitió salir del entorno habitual donde se producían los encuentros y ver a la persona atendida desplegando una capacidad expresiva y relacional que, en muchos casos, nunca habían contemplado. También permitió generar un mayor acercamiento al generar encuentros fuera del ámbito de la relación clínica, donde ambos, sanitario y paciente, acudían al Museo como visitantes en igualdad de condiciones. En el caso de los vecinos, se visibilizó el valor que aportaban este tipo de iniciativas a la dinámica de convivencia. Se apostó también por implicar a alumnos de diferentes escuelas universitarias para que, previo a su salida al ámbito laboral (en profesiones vinculadas con la intervención social), tuvieran la oportunidad de realizar la visita al Museo guiados por los participantes del Proyecto. Así, la experiencia de contrastar la imagen de “persona con enfermedad mental” que, en ocasiones se transmite a través de los materiales académicos, con una realidad diferente posibilitaba el cuestionamiento de estereotipos y la atenuación del prejuicio. El espectro de posibilidades se amplío hacia el trabajo con institutos de educación secundaria, en una propuesta de sensibilización hacia el colectivo y de lucha contra la estigmatización.
El Proyecto se fue construyendo a través del fortalecimiento de sus dos ejes motores: la capacitación y el empoderamiento.
La capacitación y empoderamiento de las personas, al proveer de un efecto motivador que activaba procesos de recuperación (ir al Museo se convierte en una actividad altamente estimulante que, con los apoyos necesarios, promueve la superación de barreras tales como: el uso del transporte público, hablar en público…) y de recursos efectivos para superar las limitaciones que condicionan el funcionamiento cotidiano de las personas atendidas. El proceso de preparación de las visitas implica el traslado al Museo para la selección de cuadros acordes con la temática elegida, preparar la exposición, comunicar al grupo el mensaje, responder a las preguntas, manejarse en el espacio… Esta manera de enfocar las visitas tiene un valor esencial en uno de los aspectos más espinosos de la atención psicosocial, vinculado con la expresión emocional. En muchas ocasiones, es imposible para la persona poner palabras a las emociones que le acompañan y que, en muchas ocasiones, provocan un intenso malestar. Esta imposibilidad de trasladar el afecto a través del lenguaje puede aliviarse situando al cuadro entre el emisor y el receptor. Una vez seleccionada la temática de la visita, cada persona elije, con el apoyo y asesoramiento del educador del Museo (Alberto), una obra que le remita a esa cuestión. Y la manera particular de conectar la experiencia propia con el tema a través del cuadro dice de uno mismo lo que, en ocasiones, uno mismo no es capaz de decir. Las visitas son la oportunidad para el descubrimiento, el propio, el de los demás, para que emerjan aspectos identitarios que tal vez, en algún momento del camino, quedaron fuera del campo de visión.
La capacitación y empoderamiento de los profesionales de la intervención social, activando estrategias que implican un nuevo posicionamiento en la relación con la persona atendida. El escenario comunitario que nos proporciona el Museo obliga a salir de aquellos lugares donde sentimos un mayor control, el despacho, las salas, el recurso en el que trabajamos. La vida está fuera y es allí donde nuestro trabajo cobra todo el sentido. La asunción de riesgos (los propios de la vida en sociedad), la capacidad de sorpresa, la apertura a nuevas metas, la creación de materiales de trabajo (nuestro Círculo de Historias), la esperanza, la disposición a la espera, el manejo de la palabra y de los silencios, la habilidad de retirarse cuando la presencia propia entorpece el proceso, la práctica basada en el respeto a los derechos de todas las personas (derecho a la Cultura, derecho a la participación en la vida social). La construcción compartida de una manera de hacer donde la persona con un problema de salud mental, el educador del Museo y el profesional del centro de rehabilitación psicosocial se unen en busca de una meta común: el bienestar personal, el crecimiento profesional, la generación de entornos inclusivos.
Y el Museo como recurso comunitario que promueve e impulsa esta sinergia, que provee de potentes herramientas para la meta final: el cambio de mirada hacia la diversidad, la transformación social orientada a una mayor equidad.
Son diez años trabajando juntos y multitud las experiencias que se han creado y consolidado en este recorrido. Y el entusiasmo, las ganas de seguir aprendiendo, compartiendo, proyectando, siguen igual que al principio. Creer para crear, gracias Ana por haber mantenido siempre vivo el Proyecto. Crear para creer, gracias Alberto por tu confianza, apoyo y sensibilidad. Gracias Gema, Inma, Samantha, Raquel, Pablo, Ana, María Jesús, Ana María… Gracias a todas las personas que han formado parte del Proyecto de Capacitación y Empoderamiento a través del Arte porque en él están contenidas todas vuestras ilusiones, esperanzas, sonrisas, reivindicaciones y anhelos. Son vuestras aportaciones las que promueven la emergencia de espacios colectivos de salud. Espacios que transitamos juntos para creer en un mundo mejor. Para crear un mundo mejor. ¿No es esto Arte?
¡Seguimos!
Hola María creo que una realidad común en muchos de los ámbitos en los que nos movemos es la tensión que se establece en nuestras disciplinas; educativa, social, comunitaria, sanitaria... entre la revisión crítica que pretende dar un mayor protagonismo al individuo, participante, como protagonista de la experiencia y agente imprescindible de su proceso, y estructuras más tradicionales donde la estructura de roles y los contenidos vienen dados sin contar con la participación de las personas o los públicos.
A lo largo de estos diez años ¿ como crees que ha cambiado tu práctica profesional la experiencia que hemos ido construyendo de manera conjunta entre el Museo y el CRPS?, ¿Crees que generar diálogos entre los profesionales de la educación, los museos, lo social, lo sanitario y lo comunitario nos podría beneficiar?, ¿Cuales crees que son los errores de los que más hemos aprendido, en tu criterio, a lo largo de estos años?
Gracias por tu comentario Alberto! estoy totalmente de acuerdo contigo en la tensión entre modelos de atención. Es más, incluiría uno que se sitúa entre medias de los dos que mencionas: aquel que propugna la participación del individuo en su propio proceso de cambio pero que no provee de los canales necesarios para hacer efectiva dicha participación, es decir, presume de participativo pero incurre en la rigidez de estructuras más tradicionales. Este caso puede tener efectos más negativos por la disonancia y la falta de consistencia a la hora de comunicar su método a la persona.
En estos diez año mi práctica profesional ha cambiado mucho. Partía de un modelo de búsqueda de control (tener información de todas las variables) para reducir al máximo el riesgo de imprevistos y, de esa manera, poder reducir la ansiedad que me producía la posibilidad de no tener herramientas para el manejo de lo que pudiera surgir. La experiencia colaborativa con el Museo me ha permitido varias cosas: identificar que esto me estaba sucediendo (mi propia actuación en base a mi propia necesidad de control), redefinir la cuestión del riesgo (no soy mejor profesional por no asumir riesgos, la vida es riesgo, es imposible reducir el riesgo a cero, es éticamente cuestionable querer eximir a las personas de la responsabilidad de asumir riesgos, la no asunción de riesgos perpetúa un status quo que genera iatrogenia, entre otras) y situarme en una posición profesional donde la necesidad del otro sea el generador e impulsor de todas las acciones (con lo que esto implica de reconocimiento de la propia dificultad para regular las ansiedades propias). Asimismo, me ha permitido valorar cómo la sobreactuación profesional (este afán por hacerse notar para ser reconocido profesionalmente o ser reactivo a las demandas de apoyo de la persona atendida, aunque ésta cuente con recursos personales o apoyos naturales suficientes) puede ser un obstáculo para lograr una verdadera inclusión. Como ves, el trabajo introspectivo y de reflexión continua sobre la práctica profesional es un deber y éste se favorece con la permanencia en espacios comunitarios diferentes al recurso donde trabajamos. El Museo pone a prueba las certezas que se solidifican cuando sólo vemos lo encuadrado en las cuatro paredes del despacho. El Museo abre la posibilidad de sorprenderse, de cuestionarse, de exponerse, de inhibirse en beneficio de la persona que necesita ser protagonista sin soportes impostados (en el CRPS mi soporte está justificado, fuera de él es necesario hasta un punto, más allá de lo pertinente se convierte en lastre, un apoyo mal ejercicio porque surge de mi necesidad y no de la del otro).
Dicho lo anterior queda clara mi posición en relación a la necesidad de diálogos entre diferentes agentes. Todo está por descubrir, nadie posee la verdad sobre algo tan subjetivo y complejo como los procesos de afrontamiento del sufrimiento humano. Lo que sí considero fundamental es llegar al diálogo después de haber reflexionado con uno mismo acerca de cuál es nuestro papel, qué aportamos (oportunidades, pero también obstáculos) y cómo definimos la meta de la transformación social. A partir de ahí, tras un honesto proceso de reconocimiento podemos afrontar el reto del diálogo multidisciplinar, donde la persona esté en el centro de todo, participando en todo aquello que le es importante.
Y dejar espacios libres para que la persona los ocupe creo que ha sido la cuestión que más aprendizajes ha procurado. El error del intervencionismo salvaje, de la búsqueda de reconocimiento, del no saber hacerse invisible para que el otro se haga presente, del querer reproducir dinámicas de acompañamiento que proporcionan control pero restringen las oportunidades de crecimiento, de la resistencia a otorgar al otro la responsabilidad en la asunción de riesgos.... Creo que el Proyecto de Capacitación y Empoderamiento ha promovido nuevas maneras de relación que encajan con el espacio donde se desarrolla. Todos unidos por el interés por el Arte y ese nexo requiere una redefinición de lo que somos, no una mera reproducción del lugar del que venimos. Es un proceso de aprendizaje continuo, abierto y en constante construcción. Creativo y transformativo. En todos los sentidos, en todo su potencial.
Creo que tenemos reflexiones y aprendizajes compartidos María. Desde Las líneas de educación y acción social en el museo se ha ido generando un proceso natural en el que el diseño compartido con vosotros como profesionales y , cuando ha sido posible, con los participantes nos ha echo aprender y emprender nuevas direcciones a la hora e abordar el trabajo en el museo. El debate que hemos establecido en los procesos de reflexión tras la acción nos ha permitido entender que no debemos conformarnos con la inercia de lo que funciona para una parte del grupo. Que el abordaje de las personas que se sienten bloqueadas ante los registros cognitivos y verbales no implica una que su participación deba ser pasiva y que no se puedan investigar y encontrar vías y caminos alternativos. Explorar unos caminos basados en lo sensitivo, experiencial y vivencial que permitan descubrir vías en las que se facilite la expresión del sujeto en la actividad. En resumen una atención individualizada según los perfiles de las personas, sus intereses y motores vitales que piden de nosotros una atención, no tanto a lo que creemos que debería ser la experiencia en el Museo como a lo que le que le sirve a la persona y esta necesita.
Siento que esa idea de dar espacio, de la que tu hablas como no ser obstáculo, es el verdadero esfuerzo que el sistema de trabajo que desarrollamos nos está demandado. No ser un profesional que prevé y protocoliza sino uno que está presente, ve y escucha cuanto sucede en los procesos de acción. Quizá el peligro sea la necesidad de taxonomizar y tener clasificado y prediseñado el trabajo. Seguramente una parte de este trabajo se pueda tener esquematizado, pero nunca cerrado... Creo que podemos hablar de pautas y lineas generales de trabajo pero que uno de los aprendizajes más valiosos ha sido el ir construyendo de manera progresiva y orgánica sobre la experiencia. ¿Cómo lo ves?. ¿Sientes que hemos encontrado las formas de dialogo apropiadas entre vuestro recurso y el Museo?. ¿Crees que hemos podido sistematizar no ya el trabajo con los grupos si no el trabajo de la red interdisciplinar e inter recursos que se ha generado alrededor del trabajo en el Museo?
Yo siento que hemos consolidado una red de trabajo con numerosos recursos de la red de atención a salud mental de la Comunidad de Madrid y creo que dentro de esa red se está produciendo una comunicación natural como la que sucede entre los Centros de día Latina, Fuencarral y Carabanchel con los CRPS Latina y Fuencarral con los que ya abordamos, planificación, realización y evaluación de manera conjunta. Pero siento que hay muchos recursos con los que realizamos una labor igualmente rica pero que no pueden acceder fácilmente al trabajo que estamos generando ni vosotros al suyo. Quizá el laboratorio pueda falcilitar parte de esa comunicación, aunque no se si tu sientes que haya algo que nos falte y que pueda facilitarnos ese intercambio de conocimiento y experiencia.
Por otro lado me surgen dudas, una vez desaparecidos espacios de continuidad como la participación en el día internacional de los museos, en cuanto a como generar experiencias inclusivas que nos devuelvan a la experiencia social y comunitaria que siempre hemos tenido como objetivo de fondo. ¿Cuales crees que deberían ser los siguientes pasos?
Sigue resultando sorprendente la cantidad de posibilidades que se abren cuando se escucha la necesidad del otro y se pone el trabajo en Red. Yo creo que nosotros hemos sido los primeros que nos hemos fascinado con el potencial del Museo y con su impacto en el proceso de las personas. !Gracias María!