Intersticios. Conclusiones
Hace algunos ayeres concluyó la exposición de Intersticios. Los resultados pueden verse aquí y toda la información en torno al proyecto en el resto de entradas de este blog. Tras cuatro meses de desarrollo he extraído varias conclusiones que aquí os comparto.
Trabajar en una institución como es el Museo Nacional Thyssen-Bornemizsa es algo que normalmente llega en una etapa más avanzada de la carrera de una artista-educadora. Aunque ya había desarrollado proyectos en colaboración con museos, lo cierto es que nunca había tenido la oportunidad de exponer a título personal, ni mucho menos en una institución de la categoría del Thyssen. Si bien es cierto que una primera vez es siempre una primera vez, tenía más cosas que aprender de las que sospechaba.
He decidido estructurar este texto en forma de preguntas (que yo misma me formulo, vaya cosa) y respuestas en forma de autoanálisis. Quizá sean interesantes para alguien que desee generar un proyecto con ambiciones similares.
¿En qué medida mi propuesta ha sido capaz de transformar algo en el museo? Intersticios conquistaba un pasillo poco transitado del museo. Teniendo en cuenta las dimensiones de la institución (no solo espaciales, sino en cuanto a oferta de propuestas y actividades diarias), su influencia cotidiana no ha sido crucial, es evidente. Sin embargo, hay muchos factores que sí me parecen trascendentales. En primer lugar, el mismo hecho de instalar una obra digital en la zona de la colección permanente a través de la cual el público podía exponer lo que quisiera. En ella se han proyectado ilustraciones, textos y fotografías personales. Se han expuesto mensajes como “que desaparezcan los museos” o simples críticas al color de las paredes. Algunas personas han compartido obras de la colección digitalmente modificadas, apropiándose de ellas. Se ha proyectado una especie de galería virtual, con todo lo que ello implica (nuevas relaciones entre las obras, nuevos significados). En definitiva, se ha ocupado libremente una pared del museo, y las paredes de un museo no son neutrales. El pasillo sin duda ha sido absolutamente reactivado; ya no solo es un lugar de tránsito, pueden ocurrir cosas en él. También me parece reseñable el hecho de que se haya apostado por mi proyecto como mujer artista joven (con un corto recorrido profesional).
¿Qué cambiaría a nivel técnico si volviese a desarrollar Intersticios? Trataría de repensar el modo de participación para simplificarlo. El método que seguí (conectarse a la web desde el móvil con el buscador o código QR y subir el contenido teniendo una contraseña) fue el único método que encontré para la tecnología usada, pero quizá podría haber buscado una alternativa a la propia tecnología.
¿Y a nivel conceptual? Mi proyecto partía de una crítica a la institución. Revisaría esta crítica ahora que he trabajado dentro de ella. Por otro lado, aunque desde el inicio planeaba realizar encuentros físicos en torno al proyecto, fue algo que no fue prioritario. Al realizarlos comprobé que la obra tomaba más fuerza y valor y que yo aprendía muchísimo. Me hubiese gustado trabajar más en ellos.
“Cada vez que hablamos de la institución como algo ajeno a nosotros, rechazamos nuestro rol en la creación y perpetuación de sus condiciones. No es una cuestión de estar en contra de la institución: nosotros somos la institución”- Andrea Fraser.
¿Era la mejor forma de conseguir los objetivos? Creo que no hay un modo bueno ni malo de formalizar mi propuesta de mediación. Elijo lo virtual porque sus lógicas me interesan para el aquí y el ahora. Intersticios fuera del museo es un espacio web, pero dentro es una proyección. Es luz que choca contra una pared finamente, sin alterar su estado ni modificarla estructuralmente. Sin embargo, conceptualmente la pared trasmuta radicalmente; una modificación que se desvanece cuando se pulsa el botón “apagar” y eso me resulta apasionante. Este proyecto me ha servido también para entender que la dimensión menos artística y más pragmática del desarrollo de este tipo de creaciones es muy importante. Debería haber tenido menos miedo a la hora de comunicar el proyecto. Darle una proyección más comercial en el sentido de atraer a más gente, invitar a participar con más descaro hubiera sumado. Es una faceta que se me da bien cuando en mis proyectos no solo pone mi nombre. También he aprendido cosas horribles como a hacer facturas; es importante. Y eso es (casi) todo. Otros aprendizajes escapan a las palabras.
Me siento agradecida de haber tenido esta oportunidad. Gracias al Museo Nacional Thyssen-Bornemizsa, a Casa Velázquez y al patrocinador CNP Partners por concedérmela, y especialmente al Área de Educación (sobre todo a Ángeles Cutillas y Rufino Ferreras) por acompañarme en el desarrollo, he aprendido muchísimo.