A pesar de ser quienes más en contacto están con el público visitante, los Educadores, y los Departamentos Educativos que ellos integran en los Museos, tienen escasa o nula influencia en el desarrollo de las exhibiciones.

A pesar de ser quienes más en contacto están con el público visitante, los Educadores, y los Departamentos Educativos que ellos integran en los Museos, tienen escasa o nula influencia en el desarrollo de las exhibiciones. O por decirlo de forma más directa: su opinión y conocimiento de la experiencia de diversos públicos en este espacio no resultan un material significativo e influyente para los curadores y para las instituciones a la hora de pensar y curar una exhibición. Cabe alertar sobre el hecho de que muchas veces esta cuestión causa estragos en la experiencia de los visitantes.Lejos de la indignación que como educadores de museos esto puede provocarnos, aplicando el sentido de oportunidad, podemos convertir esta tragedia en una ocasión de encuentro y complicidad con los visitantes… E incluso, para los más fanáticos, en la posibilidad de desatar una guerrilla simbólica que desafíe el discurso curatorial hegemónico, ampliándolo y resignificándolo hacia terrenos impensados por los curadores y por la misma institución.

Este ejercicio subversivo al interior del Museo, muchas veces invita a repensar no solamente la exhibición, sino también el concepto de curaduría en estas instituciones, en los alcances y límites de esta práctica y en las implicancias que la misma tiene en la idea de visitante que, directa o indirectamente, propone.

Ahora bien, ¿cómo llevaremos a cabo esta empresa? A la hora de pensar en el potencial disruptivo de la práctica educativa al interior de una institución, no hace falta volcarnos hacia el diseño de acciones grandilocuentes. Partimos entonces del reconocimiento de la potencia creativa que el diálogo y la participación activa de los visitantes tienen para nuestro cometido. [1]

En este sentido, proponemos tomar la actividad más básica –pero no por ello menos compleja-, que se desarrolla en los museos: las “visitas guiadas”. Y proponemos revisar su denominación y aventurarnos hacia otras, como: visita participativa, visita-foro, dialógica, laberíntica. También proponemos redimensionar esta instancia, para empezar a pensarla como un espacio valioso, potente y hasta político al interior de los museos. A la hora de re-pensar los museos, la visita puede convertirse en el espacio-base para re-pensar las exhibiciones, mediante una reformulación del vínculo educador-visitante y visitante-exhibición.

Podemos pensar que una visita se construye a partir de una selección de obras, de ejes y de problemáticas conceptuales a trabajar con los visitantes, que muchas veces amplía y hasta discute la curaduría vigente. Esta acción es quizás el primer paso para comenzar a pensar en la visita como una “micro-curaduría”, que termina de cobrar forma con la incorporación de los visitantes al proceso de construcción del recorrido por la exhibición, mediante su participación. Así, esta “micro-curaduría” deviene en un dispositivo flexible, cuyas bases conceptuales son comunes cada vez, pero cuyo recorrido es diferente según cada grupo y tipo de público. Idealmente, se tratará entonces de una “co-curaduría laberíntica” que se construye en base al trabajo conjunto de visitantes y educadores en un tiempo y espacio únicos, operando como un relato transversal a la curaduría en contenidos propuesta para el Museo.

Este ejercicio de curaduría colaborativa, generadora de nuevos sentidos, pone en juego diálogos, imaginación y debates, puntos fundamentales que se entretejen sobre la base de una propuesta educativa que proponemos sea siempre cambiante, móvil y porosa.

Fecha de publicación:
11 de Agosto de 2016
Imagen
Rosario García Martínez
Información sobre el autor:

Fundación Proa

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