Repensar un museo que aún no ha sido pensado
Es cierto que el ámbito de los museos ha sido objeto, desde finales del s. XX y lo que llevamos trazado del s. XXI, de más replanteamientos y repensamientos que en toda su historia.
La literatura especializada, tesis doctorales, artículos, manuales, colecciones incluso, se han multiplicado en prácticamente todos los contextos culturales y científicos. En los últimos cinco años, las programaciones educativas de gran parte de los museos han sido modificadas, repensadas, rearticuladas, recreadas y readaptadas a los nuevos contextos. Los públicos, antes objeto de estudios de corte sociológico y psicológico, ahora son vueltos a pensar desde la óptica humana, dinámica y relacional; más que pensados son observados, recibidos, escuchados, comprendidos. Todo esto nos indica no tanto que existe un interés creciente hacia los museos –ya era muy elevado en las últimas décadas- sino que existe una clara voluntad por cambiar, adaptarse, acogerse, asumir avances, regenerar, resurgir quizás. La cuestión clave, entonces, es si conviene pensar los museos desde lo conocido, desde lo que ya sabemos, de manera que lleguemos a los museos que “deberían ser”, o quizá podamos hacerlo desde lo desconocido, lo imaginado, lo soñado, de manera que lleguemos a los museos que “podrían ser”… Y, una vez hecho, aplicar el principio “como si fuera posible”, y lo será o, al menos, casi.
Siguiendo esta idea, seguramente no se trate tanto de buscar las mejores combinaciones posibles, sino de generar mutaciones e hibridaciones más profundas, más esenciales, que requieren no sólo de un ejercicio de análisis de lo que hay y lo que necesitamos cambiar, sino de lo que no hay y queremos generar. Entre las hibridaciones necesarias están todas aquellas que superan dicotomías que hasta ahora parecían irreconciliables y que son falsos dilemas que no hacen sino tensarnos, atraparnos como péndulos, con un margen de movimiento muy leve. Por ejemplo, la creación contemporánea no tiene por qué ser entendida como lo opuesto al patrimonio histórico; de hecho, la creación es el sustrato que origina todos los bienes culturales, es un hilo más de ese continuo que es el legado cultural. Todo legado surge de algo creado. Desde esta óptica, el presente puede dejar atrás sus complejos para asumir que es parte de ese continuo heredado, que deberá ser dejado en herencia irremediablemente, y considerar que toda creación contemporánea es parte de nuestro patrimonio cultural, es el hilo que aporta el presente al tejido del tiempo. Esto podría unir historia y contemporaneidad, presentar definitivamente el continuo temporal entre el pasado y el futuro, tantas veces ausente de los museos, que se han acostumbrado a vivir hasta el presente de hoy, incluso de justamente ayer. Siguiendo esta idea, la figura del articulador del pasado y presente no puede moverse entre la antigua dicotomía de ser educador o ser artista, de ser mediador o ser creador; son partes de lo mismo, son conocimientos imprescindibles para un generador de cambio: conocer a las personas, sus procesos de aprendizaje, de relación social, su entorno, su potencial creativo y creador. Todo proceso educativo es un proceso de creación de algo nuevo, que requiere activar de forma constante el pensamiento creativo. Lo educativo no es reproductivo, no es transmisivo, tampoco clónico; es relacional, vincular, creador de nuevos vínculos y hacedor de lo nuevo. Los museos serán, así, lugares donde lo efímero se conserva, lugares transparentes con su entorno global.
Este es un ejemplo de hibridación posible que solo será alcanzable en la medida que los museos vayan mutando, transitando necesariamente desde posiciones más localistas (museos en sitios) a entender que el lugar es el mundo; dejar de ser un museo que espera a ser pensado desde otras miradas –incluida la académica-, pero también a pensarse y escaparse de sus pensantes, para reflejarse a sí mismo cada día, como quiera, como pueda, como sepa. Quizá se podría transitar de la idea de ser un museo para todos- que en realidad es un museo de casi nadie-, para pretender ir siendo un museo con todos, que se hace, que siempre sabe cómo actuar con sus públicos y sus no públicos, porque es humano. Quizá deberá transitar desde el propósito de configurarse como un museo-para-estar, a irse haciendo como un museo-para-ser, para dejar nuestra huella en él y, al mismo tiempo, incorporarlo a nuestra constelación de referentes identitarios. Quizá podamos pensar el museo desde la sociología de lo cotidiano, desde la noción de imaginario social; transitar desde la dimensión social del museo –sustentada sobre el concepto de individuo-, hacia la socialidad museal, sostenida sobre el concepto de persona y que se aproxima a una visión más orgánica de museo (Maffesoli, 1993, 1997).
Más allá de lo social, donde se expresa la solidaridad mecánica, encontramos la socialidad, que remite a la solidaridad orgánica, donde la relación con el cosmos y la relación con el otro se entretejen sin cesar. (Maffesoli, 1995, 15).
Esa idea de los museos como punta de flecha de la innovación educativa que se refleja en los demás ámbitos y que hemos señalado en otras publicaciones, hace posible que las “mentes reflexivas” y los “actores educativos” que actualmente trabajan en muchos museos puedan protagonizar esa mutación en los próximos cinco años y, sin duda, este congreso puede ser el arco que lance esa flecha definitiva.