Palabras para zambullirse
Experiencia, cuerpo, horizontalidad, confianza, colaboración, afecto... Soy Johanna Palmeyro, educadora del Museo Casa de Ricardo Rojas, y en este post os cuento mi experiencia en el Área de Educación del Thyssen.
Cuando nos convocaron a todas las educadoras que pasamos este año por el Área de Educación del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza para contar nuestras experiencias en el blog, me agarré la cabeza pensando: ¿Cómo puedo encontrar las palabras justas para describir experiencias que fueron más allá de las palabras? Es un universo entero el tema de las palabras. “Lo escrito permanece” decía el educador y presidente eurocentrista Domingo Faustino Sarmiento, uno de los artífices de la construcción de una Argentina “civilizada”. Yo le preguntaría a Sarmiento: ¿Acaso lo oral no permanece? ¿O es que no le damos tanta importancia? Lo cierto es que cada vez nos acercamos más a la escritura y nos alejamos más de la tradición oral. ¿Las palabras se las lleva el viento? ¿No dejan huella? ¿Es justo enfrentar a la oralidad y a la escritura?
Escrita u oral, cada palabra esconde una diversidad de sentidos que dependen del contexto y de la persona que las use. Será porque trabajo en la casa de un escritor que investigaba sobre la oralidad, sobre la identidad -o mejor dicho identidades- y que buscaba recuperar los saberes ancestrales, que elegí contar mi paso por el museo a partir de 8 palabras. Seleccioné palabras que pienso son pilares para los educadores de museos, pero que de tanto repetirse se vacían. Explotadas muchas veces en discursos enlatados y superficiales, es necesario volver sobre ellas, cargarlas de sentido nuevamente. Devolverles la mirada crítica.
Empecemos la zambullida con la palabra experiencia, que nos encanta usar en los museos. Walter Benjamin se pregunta: “¿Qué valor tiene toda la cultura cuando la experiencia no nos conecta con ella?” Como educadores trabajamos para que los visitantes se conecten, como dice Benjamin, con el museo a partir de la experiencia, y también nos preguntamos ¿Qué experiencias queremos generar? ¿Queremos que todas sean experiencias placenteras, o también nos interesa generar incomodidad? ¿Cómo trabajamos con las experiencias incómodas? ¿Les damos lugar a las experiencias previas de nuestros visitantes? ¿Cómo vinculamos las experiencias individuales con las colectivas? ¿Hace falta apelar siempre a la experiencia personal para generar una conexión con el museo? ¿Elegimos recordar experiencias previas o vivir nuevas?
En épocas cruciales en las que el ICOM (Consejo Internacional de Museos) se plantea quitar la palabra educación de la definición de museo, es muy importante que los educadores defendamos esta palabra, que como muchas otras también se está vaciando, que escribamos cada vez más sobre nuestras prácticas, que visibilicemos nuestros marcos teóricos, para volver a cargarla de sentido y que no se transforme en un concepto redundante. Una de las cosas que más valoro del equipo de Educathyssen y que considero que es un faltante en muchos equipos de educación es que dentro de su práctica, incluyen la escritura.
Otra concepto que resuena bastante es que “la educación es un espacio de resistencia en los museos”, pero yo me pregunto: ¿ante qué resistimos?. Resistimos al neoliberalismo que intenta mercantilizarlo todo, hasta intentar convertir la función educativa de los museos en un servicio. Resistimos a que nuestros visitantes sean sólo números en una estadística. Resistimos a competir entre nosotros. Resistimos a la deshumanización de nuestra sociedad -Hay mucho de Paulo Freire en Educathyssen- Resistimos a la frivolidad de las modas, sabiendo aprovechar su potencial. Resistimos a las miradas homogéneas y dominantes. Resistimos a las palabras huecas y a los contenidos vacíos. Resistimos a los métodos y teorías enlatados. Resistimos al dogma y a las etiquetas.
Resistimos poniendo el cuerpo todos los días. Me encontré con un equipo reconocido a nivel mundial por su mirada, invitados a dar cursos, talleres, charlas, conferencias por todo el mundo, pero que no se les caen los anillos ni pierden la humildad. No hacen educación desde un escritorio, sino desde la oralidad, el silencio, la música, el baile, respetando los tiempos de todos. Cada uno de ellos planifica, diseña, desarrolla, ejecuta y evalúa sus propios proyectos. Trabajan a largo plazo y la constancia es clave.
El modelo verticalista donde alguien coordina y otro ejecuta, donde el diseño de una acción se encuentra un escalón más arriba que la ejecución yo lo llamo “museología de escritorio”. ¿Cómo vas a saber si algo funciona si no sos vos mismo quien lo ejecuta? ¿Cómo vas a ser permeable, flexible a la mirada del otro, si la única mirada es la de la pantalla de tu ordenador? La horizontalidad es un factor clave para el trabajo del educador, donde no haya una tarea o un rol más importante que otro y todos puedan participar del proceso completo de un proyecto.
No existe verdadera horizontalidad sin confianza. Confiar en uno mismo y en el otro como eje de trabajo de cualquier proyecto. Apostar por las ideas y capacidades del otro como si fueran tuyas. Librarse del egoísmo y de la competitividad, confiar. Entender que una sola mirada no es suficiente. Tener total libertad de proponer y saber que hay un otro que te escucha y te potencia. Esta base es fundamental para los entornos de creación en equipo.
Otra palabra que repetimos hasta el cansancio es colaboración. ¿Qué es trabajar de forma colaborativa? Algunos creen que las cadenas interminables de mails, documentos compartidos de google drive, grupos de whatsapp prendidos en fuego de tantos mensajes y audios de 5 minutos son suficientes para decir que un conjunto de instituciones, organizaciones o personas trabajan de forma colaborativa. Sin dudas la hiperconectividad nos comunica más eficientemente, pero no tenemos que permitir que nos desconecte de nuestros otros sentidos, aquellos que sólo se perciben en persona. No existe mail que reemplace un mate compartido -o un café con leche y una pulga de tortilla-. Conocí proyectos colaborativos como Hecho a medida, ARCHES y Musaraña donde el encuentro, la escucha y el debate son una pieza fundamental de la planificación y tienen un tiempo asignado.
Mi paso por España me hizo conocer otras personas increíbles del entorno del museo. Una de ellas es Encarna Lago, que me dejó una de mis frases favoritas del viaje: “No hay nada más revolucionario que el afecto”. Sin afecto nuestro trabajo es imposible, porque como dice Chiqui González: “El afecto es un verbo. Es una acción pura, una fuerza movilizadora que va hacia el otro”. Trabajar 3 meses a la par de los educaTHYSSEN fue zambullirme en un mar de afectos donde me sentí parte de una familia. Gracias Luz, Evas, Anas, Rufino, Alberto, Salva, Begoña, Mariola, Ángeles, Feli, Elena y María por hacerme sentir en casa, en un lugar tan lejos de casa.
Johanna Palmeyro. Museóloga - Educadora del Museo Casa de Ricardo Rojas. Buenos Aires, Argentina
NOTA: Aclaración de género: escribí este texto usando el masculino como genérico. Por favor, léase sólo como una simplificación gráfica, ya que mi intención es promover la diversidad de género en todas sus manifestaciones.
Una mirada tan agradecida y original de una educadora me cambia ese prejuicio acartonado de un museo. Gracias.