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Yo me considero Educador de Museos, así con mayúsculas. Las razones son múltiples y variadas e intentaré resumirlas desde diversos planos de análisis.

En primer lugar creo que el término Educación en general, no es entendido realmente. Como cualquier palabra tiene significados variados y para mí tiene que ver no con lo que dice la RAE sino con el significado de uno de los étimos de la palabra latina ēdūcō:  ēdūcere y ēdūcāre, que etimológicamente significa promover al desarrollo intelectual y cultural del educando desarrollando las potencialidades psíquicas y cognitivas propias de este desde su intelecto y su conocimiento haciendo en tal proceso al educando activo. 

Lo curioso del caso es que desde una perspectiva histórica, todo lo referente a la educación, ha sido contemplado desde las posiciones más conservadoras como un territorio cuando menos peligroso y es en la actualidad cuando se están sumando a este tradicional cuestionamiento de lo educativo personas que dicen estar en las antípodas de aquellas otras ideologías. Para el que no se haya percatado aún, la educación cuando es educación y no otra cosa, es liberadora, ya lo decía Freire. Si, entre sus objetivos está el de construir una sociedad crítica y libre. Pero al parecer, ese es un problema para unos y para otros. 

Y si, hablo de Educación, no de formación o conformación, hablo de transformación. La educación no es formación, eso lo sabe cualquier persona que tenga unos conocimientos básicos de pedagogía, y mucho menos conformar las mentes de los educandos con dogmatismos paradigmáticos. Un error que se comete desde ambos extremos ideológicos. Pero el problema más grave no es que gran parte de la sociedad no conozca el verdadero significado y alcance de la palabra educar, es que muchos de los que trabajan en el ámbito de lo que se considera educación en museos o educación patrimonial, tienen una pobre formación en cuestiones pedagógicas: Ellos mismos no entienden el verdadero significado, el valor y alcance de la palabra educación ni el verdadero sentido de términos como por ejemplo didáctico, usado a discreción sin criterio alguno.

En muchos casos la educación de los educadores de museos es una formación sobrevenida, autodidacta y, por tanto fragmentaria, que complementa una formación basada en la disciplina del objeto que entra a formar parte del proceso educativo y que muchas veces no pasa de ser una prótesis que les permite realizar la labor encomendada. En otros casos esa formación (esta vez sí he dicho la palabra formación) emana (sí, he dicho emana) de agentes como la universidad, a la que se le presupone “auctoritas” pero que en demasiadas ocasiones solo poseen “potestas” y un conocimiento empírico puntual en caso de existente. Situación que se hace más grave cuando -en este caso de manera evidente aunque siempre hay honrosos escasos ejemplos de lo contrario- implica un esquema paternalista que infantiliza al educador de museos, hasta el punto de prolongar esta relación de tutorización más allá de la formación, y ejerciendo esta supuesta autoridad sobre el desarrollo profesional del educador bajo la forma -entre otras- de guía, conceptualización, asesoramiento, evaluación, investigación, en los propios museos y estableciendo esquemas de poder en los que tiene un papel protagónico el corporativismo y el ninguneo a los profesionales de la educación en museos reduciéndolos en muchos casos a un simple objeto de estudio, a un anecdótico estudio de caso.

El caso de las oposiciones a los museos estatales es paradigmático para entender la situación de la profesión. Estas oposiciones se dirigen a dos perfiles: Conservadores y Ayudantes de Conservación. Si bien es cierto que dentro del temario hay algunos contenidos relacionados con lo educativo y que algunos de los postulantes tienen una clara vocación pedagógica, en la práctica son oposiciones que buscan un perfil profesional muy concreto. Y luego vienen los problemas: alguien tiene que realizar labores paras las que no ha sido preparado. Conclusión: La buena voluntad del interesado intenta cubrir las carencias o, en muchos casos, se asume esta labor como algo transitorio con lo que todos podemos imaginar que ello conlleva.

En definitiva tenemos unos profesionales escasamente dotados de instrumentos pedagógicos, formados a su vez por personas que a mi modo de ver tienen una escasa o nula experiencia práctica y que desarrollan su labor en un contexto social que o bien no sabe lo que es realmente la educación o sabiendo de su poder transformador de la sociedad y de sus individuos intenta neutralizarla o utilizarla en su propio interés o el del sistema con objetivos espurios. Personas que en unos casos son fácilmente influenciables por eslóganes, cantos de sirenas y planteamientos supuestamente pedagógicos, que si bien son atractivos a simple vista debido a su supuesta modernidad, están cargados de dogmatismos negacionistas y; en otros casos, muchos,  personas que se refugian en la seguridad que la disciplina (sea esta historia, arte, arqueología o lo que queráis) les ofrece en el terreno de lo estrictamente formativo y, por tanto -vuelvo a utilizar un término de la pedagogía- del determinismo educacional.

Pero creo que ni una cosa, ni la otra es educación, al menos educación entendida desde presupuestos contemporáneos. Y en ese territorio nos movemos los que nos consideramos Educadores de Museos en el siglo XXI. 

Fecha de publicación:
9 de Agosto de 2017
Imagen
Rufino Marcos

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