Las palabras tienen el poder de dar corporeidad a aquello que denominan. Es curioso cómo las palabras han ido dando forma a lo que hoy llamamos “educación en museos”. Pero los museos eran educativos antes de que existiera este concepto.

Las colecciones privadas abrieron sus puertas para la “iluminación de las masas” y detrás de las decisiones sobre cómo mostrar esas colecciones, lo educativo estaba presente. Nuestra actitud actual hacia desarrollar el potencial educativo de los museos no es ni moderna ni innovadora. Es simple y llanamente, intrínseca al museo desde siempre y para siempre.

Es más adelante en la historia que bajo distintas denominaciones se empieza a vislumbrar lo que es hoy el educador de museos. La expansión del concepto “educación en museos” hace que el rol educativo sea ya incuestionable y la ausencia de personal dedicado a satisfacer esta función del museo sea cada vez más difícil de justificar. Las palabras “educación en museos” hacen que una profesión exista. Con su desarrollo, surgen distintas denominaciones profesionales: docente, oficial, monitor, guía, facilitador, mediador… Esta proliferación de términos es una muestra de la buena salud de la que gozan las discusiones que nos alimentan y motivan. Esto es algo a celebrar.

Sin embargo, no puedo evitar pensar en cómo la terminología puede ser cruel a veces. Al enfatizar la diferencia entre el mediador, el educador, el guía, el facilitador… damos complejidad a nuestra profesión, pero, ¿no estaremos perdiendo entidad profesional al dividir nuestra naturaleza?

Las palabras tienen el poder de dar corporeidad a aquello que denominan decía al principio. Pero nuestro principal desafío no es qué término podemos aplicar a nuestra profesión para enfatizar cuán diferente es lo que se hace en un museo en contraste con lo que se hace en otro museo. Nuestro desafío es el mismo de siempre: buscar maneras de favorecer las conexiones que se producen entre el usuario y el objeto para producir un aprendizaje. Son esas interacciones las que deben cambiar las definiciones. Dirigir nuestros esfuerzos hacia fortalecer los puntos en común entre las múltiples figuras que trabajan en esta nube de palabras generada en torno a la educación en museos nos hará más fuertes y visibles para la institución y la sociedad en general. Definir términos que enfaticen nuestros objetivos, dibujar diagramas que nos ayuden a comprender y comunicar qué estamos haciendo, establecer teorías que emerjan de la práctica… estos pasos nos llevan hacia la legitimación de la profesión.

Muchos ansiamos alcanzar el último paso de esa legitimación: el impacto social. En este punto, no importa cómo nos denominemos, sabemos que esta profesión es ante todo sobre la comunicación entre el museo y el usuario. Al usuario rara vez le importa nuestra denominación profesional. Muchos ni siquiera saben que existimos. Para esos y para los que ya saben que existimos, presentarnos cada vez con una denominación diferente produce confusión. En un esfuerzo por legitimarnos como profesionales no debemos convertirnos en aquello que muchos criticamos: no produzcamos una jerga vacía que genere un ruido ensordecedor que obstaculice esta comunicación.
 

Fecha de publicación:
11 de Agosto de 2016
Imagen
Sara Torres

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